lunes, 9 de julio de 2012

Examen


Muy bien, pueden empezar. El profesor acaba de proyectar las preguntas sobre el ecran. Los alumnos miran fijamente la pantalla, parecen hipnotizados; no, más bien congelados. Luego de unos segundos uno de ellos se decide a escribir en la hoja, otros lo siguen; intentan concentrarse en la labor que tienen en frente.
El profesor se sienta en su escritorio, saca un cuaderno y escribe con su pluma Parker. De rato en rato va dando un vistazo a sus alumnos, todo va con normalidad. Vuelve a su escrito, se concentra en el, está anotando ideas para una conferencia que va a dictar: “La incapacidad del espectador para ver espectáculos de larga duración”. Por un momento se abstrae en sus pensamientos y parece como si se distanciara del salón, no sólo mentalmente, su cuerpo parece haber huido. Culmina una idea que estaba desarrollando. Deja la pluma  sobre la mesa y vuelve la mirada a los alumnos. Los contempla; algunos lucen fatigados, la mayoría parecen desconcertados, sólo unos pocos siguen escribiendo, el resto ya dejo de hacerlo pero no han soltado sus lapiceros. Se sienten derrotados. Ese gesto de fatiga se va transformando, primero muy lentamente casi imperceptible, pero aun así el maestro lo nota. Los que estaban escribiendo también dejan de hacerlo. La fatiga da paso a la frustración, ahora mismo todos vuelcan su mirada al profesor. Este esboza una sonrisa, quizá un reflejo inconsciente para aliviar la tensión que empieza a invadir el salón. Los alumnos no dejan de mirarlo, esta vez la mirada va acompañada de una acelerada respiración, casi un jadeo. El aire se vuelve denso. El profesor se afloja el nudo de la corbata y se desabotona un poco la camisa, siente calor, un calor sofocante. La respiración y los jadeos se tornan más intensos. Él nota que los estudiantes todavía sostienen sus lapiceros en la mano, mejor dicho los empuñan. Lentamente se para de su asiento, ellos no le quitan la vista de encima; camina hacia la puerta, aligera el paso. Llega a la puerta y coge el pomo, esta no se abre. Uno de los alumnos de pone de pie. Una exhalación.

sábado, 31 de marzo de 2012

Blindness

Hoy hacemos un paréntesis en los relatos y les propongo otra narrativa. Este es un videoarte que grabé hace un par de años y que por algunas circunstancias recién ve la luz. La inspiración surgió de una canción de Metric, una de mis bandas favoritas, y del trabajo de mi querida amiga Violette.
Agradezco a mi amigo y colega Rafael Arévalo (El Topo Producciones) quién me animo y ayudo a editar. ¡Gracias Rafo!
Disfrutadlo.


miércoles, 29 de febrero de 2012

¿Dónde está tu amor?


Estaba comiendo una hamburguesa en un patio de comidas de un centro comercial. Había ido a comprarle un regalo a mi ex, cuyo cumpleaños había sido hace una semana. El día mismo del onomástico no pude verla porque ella decidió hacer una fiesta en su casa de playa y la verdad que a mi la playa no me gusta mucho. Todo bien con ella, pero con la playa no. Menos con una casa en la playa. A lo que iba; estaba en el centro comercial comprando el regalo y tenía poco tiempo para almorzar, tenía que volver al trabajo, así que me decidí por fast food. De vez en cuando no hace daño, además las hamburguesas son buenísimas. Engullía mi sándwich con deleite, y un poco de prisa hay que decirlo también, cuando una niña pequeña apareció con una sonrisa luminosa dando giros y esquivando las mesas, como en una complicada coreografía. Me miro y le devolví la sonrisa. Ella se acercó, y con esa frescura envidiable que tienen los niños, me dijo: ¿Dónde está tu amor? Me quede pasmado. ¿Dónde está tu amor? La niña acometió con su pregunta mientras me señalaba el asiento vacío a mi lado. Todavía con un poco de hamburguesa en la boca le respondí que había venido solo. La niña me regalo otra sonrisa y se fue brincando y cantando.
Me quede pensando mientras terminaba mi comida. No estaba triste, solo pensaba en la pregunta de aquella oportuna niña. ¿Donde esta tu amor?... De seguro no está acá conmigo, menos en la playa.

sábado, 14 de enero de 2012

Primogénito


Ana y Esteban son jovenes comerciantes de ropa en un mercado y ahora mismo están en un hospital público. Ana y Esteban acaban de recibir a su primogénito, un niño. Primogénito por partida doble, pues también es el primer hijo del nuevo año. El recién nacido descansa apacible, no llora desesperadamente como uno esperaría, como esa imagen de bebe chillón que nos viene de las películas o las telenovelas; nada más alejado de aquello, el niño está sereno. Una serenidad que se contrapone y se rebela contra la histeria que se vive alrededor de la despedida del viejo año o la bienvenida del nuevo, como se quiera ver; cualquier pretexto sea bueno para entregarse al relajo. La calma del niño no se altera a pesar de la invasión de reporteros y fotógrafos quienes se esmeran en retratar a los nuevos padres y al primer bebe del 2012. El sonido exasperante de las cámaras y los flashes aturde un poco a la pareja. A ver una sonrisa, miren para acá. ¿Cómo se va a llamar? Ana y Esteban dicen casi al unísono: Salvador. Bonito nombre dice uno de los reporteros. Muy bonito, agrega otro. ¿Y quién va a ser el padrino? Los jóvenes padres se miran y él contesta: Mi hermano Eladio. Las cámaras dejan de hacer fotos. Los reporteros se miran desconcertados. Se instala un silencio repentino, como si algo que no está en el libreto hubiese sido dicho. Uno de los doctores que hasta el momento ha permanecido estático con una sonrisa casi congelada se acerca a Esteban y le susurra al oído: No pues, no puedes decir eso. Tienes que decir que quieres que el padrino sea el Presidente. Esteban lo mira y no entiende lo que le está diciendo el medico. Uno de los reporteros, el más canchero, rompe el congelamiento. No pues compadre, eso no vende. Tienes que decir que quieres que el Presidente sea el padrino de tu chibolo. Eso siempre se hace. Es casi una tradición. Seguro que con un poco de suerte, el presi atraca. Además ustedes necesitan una ayudita, ¿no? El reportero señala con la mirada al niño. Vamos, te hago la pregunta de nuevo. ¿Quién va a ser el padrino? Ana se adelanta a su pareja: Ya se lo hemos dicho. Será Eladio, mi cuñado. El periodista no se rinde y vuelve a la carga. Diga que quiere al presidente como padrino. Esteban con la misma tranquilidad con la que duerme su hijo dice: Al presidente no lo conocemos. No es nuestra familia. El insistente reportero va a decir algo más pero se desanima y cierra la boca. No puede rebatir lo que le acaban de decir. Nadie dice nada. Todos se quedan callados. Él bebe hace algunos sonidos, parece que se ha despertado. El doctor rompe el mutismo. Aquí al lado hay una niña que ha nacido unos minutos después, si quieren…  El pequeño gremio de periodistas se miran entre si, él que insistía con lo del presidente se encoje de hombros, y salen de la habitación guiados por el doctor en busca de la segunda recién nacida. La pequeña familia se queda sola. Ana y Esteban contemplan a su primogénito. Por fin un poco de sosiego. El pequeño Salvador empieza a moverse, abre los ojos y descubre a sus padres. Les regala una sonrisa. Ellos también sonríen. Bienvenido Salvador.

sábado, 31 de diciembre de 2011

A salvo


Otra vez estoy caminando por el pasillo donde me encontré con mi padre. Es el mismo pasillo, pero esta vez no hay música. No recuerdo bien en que habitación ocurrió el encuentro. Sigo buscando, recordando. Un olor a canela se respira en el ambiente, me encanta el aroma de la canela. Noto que el piso está húmedo, seguro lo acaban de trapear con algún limpiador aromatizante, aunque esta fragancia es artificial igual se siente bien. Escucho murmullos, voces que vienen de una de las habitaciones. Me acerco al lugar de donde provienen. El cuarto está cerrado, pero pegando un poco mi oreja a la puerta puedo escuchar lo que dicen. Son varias voces, no puedo determinar con exactitud cuantas personas hay en la habitación, sobretodo teniendo en cuenta que no necesariamente todas están hablando. Discuten un plan, por las palabras que usan puedo deducir que hay determinación. Es una cuestión que tiene que hacerse si o si. Aguzo el oído. Una de las voces dice que ha llegado el momento, que lo que tiene que hacerse se tiene que hacer ya. Otra agrega que no hay más tiempo que perder. Alguien se suma diciendo que es lo mejor para todos. ¡Hay que matarlo!, puedo escuchar casi al unísono. ¡Hay que matar a Julio! Un suspiro. No tengo miedo, acaso curiosidad. Las voces se callan. Parece que se han percatado que alguien escucha tras la puerta. Me retiro lentamente de ella. Alguien me toca el hombro, un sobresalto. Es mi padre. Las personas que están dentro de esa habitación quieren asesinarme, le digo. El me mira, sonríe y me da una palmada en la mejilla. No te preocupes hijo, nada malo va  a pasar. Los que están dentro de ese cuarto son tus amigos. Estas a salvo.