Otra vez estoy caminando por el
pasillo donde me encontré con mi padre. Es el mismo pasillo, pero esta vez no
hay música. No recuerdo bien en que habitación ocurrió el encuentro. Sigo
buscando, recordando. Un olor a canela se respira en el ambiente, me encanta el aroma de la canela. Noto que el
piso está húmedo, seguro lo acaban de trapear con algún limpiador aromatizante, aunque esta fragancia es artificial igual se siente
bien. Escucho murmullos, voces que vienen de una de las habitaciones. Me acerco
al lugar de donde provienen. El cuarto está cerrado, pero pegando un poco mi
oreja a la puerta puedo escuchar lo que dicen. Son varias voces, no puedo
determinar con exactitud cuantas personas hay en la habitación, sobretodo
teniendo en cuenta que no necesariamente todas están hablando. Discuten un
plan, por las palabras que usan puedo deducir que hay determinación. Es una
cuestión que tiene que hacerse si o si. Aguzo el oído. Una de las voces dice
que ha llegado el momento, que lo que tiene que hacerse se tiene que hacer ya.
Otra agrega que no hay más tiempo que perder. Alguien se suma diciendo que es
lo mejor para todos. ¡Hay que matarlo!, puedo escuchar casi al unísono. ¡Hay que matar a Julio! Un suspiro.
No tengo miedo, acaso curiosidad. Las voces se callan. Parece que se han
percatado que alguien escucha tras la puerta. Me retiro lentamente de ella.
Alguien me toca el hombro, un sobresalto. Es mi padre. Las personas que están
dentro de esa habitación quieren asesinarme, le digo. El me mira, sonríe y me
da una palmada en la mejilla. No te preocupes hijo, nada malo va a pasar. Los que están dentro de ese cuarto
son tus amigos. Estas a salvo.
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