jueves, 31 de diciembre de 2009

Gladiâtôris

The Boxer isn’t finished
He’s not ready to die

Editors ‘The Boxer’

Arcadio abre los ojos. Se levanta súbitamente de la colchoneta, no hay nadie más que él en el camerino. Lleva puesta la bata y el short, los guantes están calzados; está listo para el combate, ¿o viene de el? Los gritos de la gente resuenan en la habitación, le advierten que la pelea aún no comienza; las voces que vienen de fuera le vitorean, le aclaman, le llaman: ¡Arcadio! ¡Arcadio! El boxeador se pone de pie, se dirige hacia el espejo; delante de él hay un pequeño santuario con diversas estampillas de santos y divinidades. Se arrodilla, se santigua y dice una breve plegaria. Mira al espejo, la imagen que le devuelve es la de un fiero peleador, implacable con sus adversarios, inagotable. Las cicatrices en el rostro le recuerdan victorias pasadas, contrincantes regados en la lona como gladiadores en la arena. Se contempla una última vez. Sale de la habitación.

Arcadio hace su aparición, el público muestra toda su euforia, su devoción por el ídolo, una devoción inquebrantable. Arcadio disfruta de esos cánticos que la multitud le regala, se regocija en ese momento exultante. Avanza unos pasos y se inquieta un poco, el gentío no le deja ver a su rival; los rostros que le animan se deforman, las bocas se dilatan, como si todo sucediera en cámara lenta. Llega al ring, el adversario ya está arriba, esperando por él. El boxeador se sorprende, es un niño quien aguarda en el cuadrilátero. Arcadio se queda estático, el niño le devuelve una mirada feroz, le hace un gesto para que se acerque. Al boxeador le resulta familiar el rostro de aquél niño, lo reconoce, se estremece; es él mismo cuando tenía seis años. Aquello es imposible, piensa el aturdido boxeador. El niño choca sus pequeños guantes, da saltitos sobre la lona, ensaya golpes con sus puños. Arcadio se siente mareado, retrocede, el público se percata de esto y silba, ahora se muestra hostil con su héroe; el boxeador voltea y corre hacia el camerino. La gente le lanza cosas, una botella le impacta en la cabeza y él cae al suelo. Unos segundos de oscuridad. Levanta la mirada y ve al pequeño frente a él. Tarde o temprano tendrás que subir al ring, dice el niño, no lo puedes evitar. Te estaré esperando. Arcadio entierra la cabeza en el suelo.

Arcadio abre los ojos. Se levanta súbitamente y mira a su alrededor, no hay nadie más que él en el camerino. Silencio absoluto.


(A mi Padrino Jorge)

lunes, 21 de diciembre de 2009

The Temper Trap

Hace unas semanas descubrí esta novel banda australiana y simplemente me encantó. Ya había escuchado un tema de ellos en un programa de radio local, pero el DJ nunca mencionaba el nombre del grupo, o quizá yo estaba muy distraído, hasta que por fin lo dijo… ¡The Temper Trap!, la canción “Sweet Disposition”. Me sumergí en la red, bendita red, para buscar más de ellos y encontré Conditions (Liberation Music); álbum debut de la banda originaria de Melbourne. Este disco que salió a la venta el 19 de Junio de este año, contiene un puñado de canciones que rebosan de energía y que te atrapan desde los primeros acordes. Una banda que ha llamado la atención de la crítica y ha participado en los festivales de Glastonbury, Reading y Leeds; además de haber sido considerados por la BBC entre los 15 mejores sonidos del 2009. The Temper Trap está formada por Dougy Mandagy (Vocalista y Guitarra), Jonathon Aerne (Bajo), Lorenzo Sillitto (Guitarra y Teclados) y Toby Dundas (Batería).

Escuchen el primer single llamado “Sweet Disposition”, a mi gusto uno de los mejores temas del 2009, y si les gustó… ¡vayan por más!



lunes, 14 de diciembre de 2009

Detectives Gélidos

Olivera y Gamarra contemplan el cadáver, llevan buen rato sin decir una palabra. El neón de un aviso publicitario ilumina la escena del crimen. Un cuerpo, un gran charco de sangre en una sucia calle. Ambos parecen examinar al occiso, pero no, en realidad los agentes están pensando en cualquier cosa. ¿Por qué se demoran los forenses?, Olivera rompe el mutismo. Ni idea, deben estar atascados en el tráfico, contesta Gamarra. Dicho esto vuelven al silencio. El murmullo de unos cuantos curiosos es advertido por Olivera, ¿Por qué la gente siempre se empeña en querer mirar a los muertos? ¡Qué fastidio! Gamarra saca un cigarrillo, lo enciende, aspira y lanza una bocanada de humo; se agacha. Entiéndelos, sienten curiosidad por ver como lucirán cuando les llegue la hora, dice mientras fuma. Olivera hace un gesto a los demás policías para que boten a los transeúntes. Yo no voy a terminar así. Ni cagando, exclama Olivera. Todos vamos a terminar así compañero. En una sucia calle, en la sala de nuestra casa, en el más distinguido de los restaurantes, en los trajinados pasillos de un burdel, en las graderías de un circo; todos alcanzados por una veloz ráfaga de balas. ¿Y sabes qué es lo mejor de todo?, Gamarra lanza otra bocanada de humo. ¿Qué?, pregunta Olivera con desgano. Que no nos vamos a enterar, contesta Gamarra. Ya, dice Olivera y avanza unos pasos; pisa un charco de sangre. ¡Mierda! Me ensucié de nuevo. Gamarra sale del trance en el que estaba y mira a su compañero. Siempre hay que ensuciarse en este oficio. Solo los divos pueden bailar sobre un charco de sangre sin salpicarse, y para llegar a eso, nos falta mucho. El policía da una última pitada y lanza el cigarrillo con los dedos. ¿Mucho? ¿Muchos cadáveres?, pregunta Olivera. Los agentes quedan mirándose. Hace frío esta noche, dice Gamarra frotándose las manos. Yo tengo hambre, contesta Olivera. Yo también, vamos por un caldo caliente, Gamarra se pone en pie. Buena idea compañero, aprueba Olivera. Los agentes dan media vuelta y se marchan del lugar, en el camino se topan con los forenses que van llegando.